Estoy segura de que los amantes de la morcilla somos legión, ya sea como aperitivo, como aderezo de un suculento guiso o simplemente en un delicioso y tentador bocadillo de morcilla. Pero hubo un tiempo en el que el hecho de que te invitaran a comer este suculento embutido era una manera de desearte lo peor, de hecho ha dejado su eco en nuestra forma de hablar hoy en día. Os cuento:
Es muy probable que en medio de una desairada conversación, o simplemente por rechazar algo que te están ofreciendo, la persona que está enfrente de ti te diga contundentemente:
-¡Pues que te den morcilla!
Y tú, sobre todo si te gusta esta deliciosa chacina, digas zanjando la situación:
-Ah, pues vale
Pero lo que no todos saben, al menos yo hasta que lo descubrí, es que esa persona inocentemente o no, te está deseando la muerte. Hace años y debido a la poca higiene que había sobre todo en las calles y aguas de las ciudades, campaba a sus anchas una peligrosa y fácilmente contagiosa enfermedad llamada hidrofobia o "rabia" que era trasmitida por perros y otros animales callejeros como gatos y ratas. Las autoridades de la época, al ver que esta situación se les convertía en un grave problema de salud pública, llegando incluso al grado de epidemia, decidieron erradicar el peligro dando de comer a estos animales una suerte de morcillas en cuyo interior habían colocado un veneno mortal llamado "estricnina". Ni que decir tiene que la cosa funcionó a las mil maravillas pero como era normal, este cruel procedimiento mataba tanto a enfermos como a sanos y los defensores de los animales, especialmente de los perros, alzaron tanto la voz que consiguieron a finales del siglo XIX, que en los ayuntamientos de las principales ciudades españolas, se crearan las odiosas pero necesarias perreras y de camino la profesión de lacero, controlando así la situación en las calles.
El perrillo que vemos en la foto (obra de Robert Doisneau) posa delante de la leyenda "Attention, Chien mechant" que es como decir: "Cuidado, perro peligroso". Puede que en otros tiempos le hubieran "dado morcilla", pero a ver quién es el guapo que se resiste a su mirada de "perrillo apaleado" y no se enamora de él.
Marian Otero
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